Hablamos de Emma

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«– Atiende, Emma –Rosaura le señala una ventana en la primera planta–. Ahí está la suite de lujo de la residencia. Es como un pequeño apartamento con un acceso privado. Dicen que está vacía, pero es mentira. Ahí tienen a una mujer encerrada.

 

Pidió al taxista que la dejara a unos cien metros de la entrada de la residencia Atenea. Necesitaba unos pasos para prepararse.

La residencia ocupaba un dado de dos pisos, sobrio y funcional, que desentonaba en la calle jalonada de villas modernistas. Pero las clientes no buscaban una construcción hermosa, ni siquiera una que lo pretendiera, sino el prestigio de sus profesionales, grandes especialistas, los mejores; buenos servicios, los más caros. La dirección, avenida del Tibidabo, se hacía pagar también. En el aparcamiento al lado de la clínica un chófer mataba el tiempo apoyado en un Jaguar con la mirada perdida en la pantalla del móvil. “Antes esperaban fumando”.

Vio pasar el Tranvía Azul cargado de turistas. Envidió esos cuerpos que sudaban felizmente aborregados, montaña arriba. Ningún otro de los vehículos que subían o bajaban le ofreció excusas para demorar unos segundos más. Por más que acortara los pasos, uno accionaría el mecanismo que separaba las dos hojas de cristal. Adelante, le dijo el sonido de las puertas deslizándose por las guías. Saludó al vigilante de seguridad. Aunque los controles de acceso de la residencia eran muy estrictos, ella ya no necesitaba identificarse.

El vigilante anotó su nombre en el registro de visitas. Después le mostró el libro que estaba leyendo. Era el ejemplar de Ventanas ciegas, una de las novelas de su madre, que ella le había regalado hacía dos días».

 

AVANCE CONTENIDO EXTRA

1963. El Prat de Llobregat (Barcelona). Empieza todo.

El descubrimiento de los colores destaca entre mis primeros recuerdos. Recuerdos que tienen como escenarios un bar y una casa en la que viven juntas cuatro generaciones.

Pasé por diversos y variopintos colegios: desde uno del Opus Dei a otro autogestionado.

De pequeña quería ser de mayor bióloga, pero supe que para serlo había que matar animales. De mayor fui filóloga.

Los domingos, canelones y un culito de vino. De música, Boney M. en una discoteca portátil en la plaza del pueblo.

Empecé a trabajar de profesora, dando clases en nocturno. Estuve enseñando griego tres años sin haber estudiado griego jamás.

Vivo en Alemania, en Frankfurt. Ahora sólo escribo.

Supe que quería ser escritora a los 10 años: en el colegio, leyendo un cuento que había escrito, emocioné al chico duro de la clase y ahí descubrí el poder de la literatura.

Pero la escritora quedó escondida. Y esperé mucho, demasiado, y ahora pienso que no me va a dar tiempo a escribir todo lo que quería.


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