HABLAMOS DE #MADRIDPRISIÓN

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Cuando recibí el primer disparo, supe que aquello no era una broma. También supe que si llegaba a haber un segundo, mi vida terminaría allí mismo. En aquellos tiempos ya no era un chaval, pero seguía siendo joven, y mi instinto de supervivencia era muy superior al de ahora. Ahora tengo unos veinte años más. Ahora, la vida no tiene el más mínimo sentido. La muerte es parte de la vida, pero no estamos acostumbrados a morirnos. Por eso cuando llega la hora nos acojonamos de mala manera y, si hay forma de regatear a la muerte lo haces, aunque sea agarrándote a un resquicio en forma de quimera absurda y ridícula. Evité el segundo disparo saltando por la ventana de mi casa. Era un primer piso, pero era eso o la muerte. Atravesé el cristal, que saltó hecho astillas, y caí bien. Tuve mucha suerte. Aun herido, logré correr más que los dos notas que me persiguieron y que continuaron tiroteándome sin preocuparse de herir a alguien. Total, las aceras empezaban a albergar cadáveres que tipos parecidos a los que me perseguían a mí iban alineando como si fueran muñecos inertes. Había sangre por todas partes. Sangre de hombres, mujeres y niños que una élite había decidido eliminar. Sangre sobrante. Sangre de perdedores».


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