Hablamos de Godot: Príncipe de Dinamarca

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La habitación de al lado

El autor no sabía que hubiera una planta superior y por supuesto tampoco sabía cómo se accedía a ella. Se le ocurrió que las puertas de la izquierda eran las que daban a los palcos y que las puertas que aparecían de frente eran las que comunicaban los pasillos con los salones de descanso, de manera que debía buscar alguna puerta que estuviera a la derecha.

Le costó trabajo encontrarla, ya que estaba disimulada detrás de una cortina. Le sorprendió que estuviera abierta.

La tercera planta ya no parecía un teatro, sino más bien el interior de un edificio de oficinas. Se escuchaba el tabletear de una máquina de escribir y la ebullición de una vieja cafetera. El pasillo era blanco y era estrecho y a ambos lados había puertas abiertas, también blancas, y salía un murmullo de gente trabajando.

El autor se asomó por una de esas puertas abiertas y se encontró con una oficina amplia y desordenada. Tenía cuatro mesas vacías, aunque abarrotadas de papeles, y una quinta mesa en la que una secretaria, que tenía una verruga en el carrillo y que se llamaba Toñi, escribía a máquina con las dos manos y a una velocidad de vértigo. Después, sin embargo, se detuvo en seco y levantó la vista de la máquina de escribir y se llevó la mano al corazón cuando vio al autor en el umbral de la puerta.

"¡Qué susto me ha dado usted!"

"Lo siento".

"No, no lo siente"».

 

AVANCE DEL CONTENIDO EXTRA

Escribo siempre a mano.

De tirón.

No uso escaletas ni esquemas, prefiero que la escritura me lleve.

¿La idea? Siempre tenemos en la cabeza algo de lo que queremos hablar, algo que nos molesta, que nos duele… Llega un momento que algo te dice que tienes que escribir de eso.

Escribo todos los días. Y extirpo mucho, es mucho mejor seleccionar que acumular. Siempre digo que hay que romper mucho, el termómetro es lo que rompes. Y me gusta escribir en los bares.


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