Hablamos de Godot: Príncipe de Dinamarca

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Dos líneas bastan

El autor le dijo al técnico de sonido, que se llamaba Fernando, que la mujer puntiaguda le había engañado, ya que el acuerdo tácito entre ellos era que ella hablara y se desahogara una vez que hubieran salido a la calle, y nunca jamás en el interior del teatro, encima del escenario, delante de una multiplicadora cámara de televisión.

«Puede echarle la bronca cuando regrese».

El autor negó con la cabeza.

«Ella ya no regresará».

Y efectivamente, al cabo de unos pocos minutos, la mujer puntiaguda reapareció en el patio de butacas, volvió a ocupar su localidad y se puso a aplaudir con el mismo entusiasmo que el resto del público.

Fernando, el técnico de sonido, pasó su brazo por los hombros del autor.

«¿Va usted a salir a saludar?»

«No, todavía no».

«Entonces venga conmigo. Le invito a un trago de algo fuerte»».

 

AVANCE DEL CONTENIDO EXTRA

Voy a dedicarte esta novela, vas a ver cómo. Y las dedicatorias no me gustan.

Te voy a contar antes, por ejemplo, mi primer contacto con el mundo editorial.

Fue con Kira (te hablaré de esa novela con más tiempo en otra conversación). Acababa de ganar con ella el Premio Francisco Umbral de Novela Corta (1998) y los editores que la querían publicar me ofrecieron un contrato en el que tenía que poner dinero. Unos piratas. Pero firmé, me hice rehén.

Tinglado editorial (también hablaremos de eso con detalle) al margen, con Kira me sentí escritor. Y al mismo tiempo, acojonado con lo que podía pasar.


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