HABLAMOS DE #MADRIDPRISIÓN
«8.
El Templo del Gato era una pirámide irregular construida a base de materiales de desecho que se habían amontonado entre sí de forma anárquica. Los constructores habían intentado, sin conseguirlo, trazar líneas rectas y ángulos regulares y homogéneos. La base de la edificación se dividía en dos partes: un restaurante y un disco bar. La parte puntiaguda, con mucha menos superficie, constituía la segunda planta y se utilizaba como almacén.
Tardé un buen rato en llegar al garito. Se tardaba mucho en llegar a cualquier parte. Nadie iba a ningún sitio si no tenía verdadero interés. El medio de transporte en Extramuros eran las piernas, no había otra posibilidad. En el restaurante se servían el maldito potakíe y la jodida birra, pero su especialidad era el gato asado, que no estaba al alcance de todos los bolsillos. Decidí utilizar parte de la pasta que me había pagado Carlos, el hermano de Violeta, y darme un lujo. Cuando tuve el gato asado frente a mí, lo miré pensando en si la carne estaría en condiciones o me envenenaría como tantos otros incautos. Pero no había ido hasta allí para ser presa de mis remilgos. Me comí un muslo trasero sin pensarlo y después pegué un trago del vino tinto sintético que también me había permitido el lujo de pedir. Suspiré. Y no volví a suspirar hasta que terminé de comerme el asado. Dejé la cabeza para el final. La cabeza, por muchos reparos que tenga la gente, es lo mejor. No hay un manjar con tantos matices de sabor en tan poco espacio: los sesos, la carrillada, los ojos, la lengua…, cada cosa con su sabor característico. Desde luego no se parecía en nada a las cabezas de cordero que solía traer mi padre y que asábamos al horno cuando yo era un crío, pero era lo más similar. Mis viejos tuvieron la suerte de palmarla por causas naturales antes del holocausto. Yo tenía que haberla palmado muchas veces después, la verdad es que tuve muchas oportunidades que mi instinto de supervivencia se encargó de despreciar».
AVANCE DEL CONTENIDO EXTRAS
Comer sesos.
Se lo recomiendo a los escritores para documentarse cuando tengan que hablar de asesinatos con sesos reventados.
Ni el mejor Grissom, ni el forense más reputado consiguen lo que Escribano: diseccionar al género negro en el interior de una cabeza de cordero asado, y fijar durante la autopsia quién es quién y qué es qué del género en el interior de tan suculenta pieza.
"No hay ningún plato con tanta variedad de sabores en tan poco sitio”.
¿Quién o qué hay en el cerebro del cordero asado?
¿Y en la lengua?
¿Y en la carrillera?
¿Y en el paladar?
¿Y en el ojo?
No hay nada que sepa a ojo.
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